Mujeres y música en el entorno rural

mujeres rurales. foto Javier Hortal

Ni el entorno rural ni las mujeres han sido protagonistas del patrimonio cultural. La tradición oral ha sido el método de transmisión típico de las
zonas rurales y las clases empobrecidas. La forma de dejar constancia, de generación en generación, de los asuntos relativos a sus vidas, tradiciones y sentires. Esta cultura popular no ha sido recopilada o escrita hasta hace relativamente pocos años. Sin embargo, al ser el folklore patrimonio de los pueblos, nos encontramos en el momento perfecto para reapropiarnos de lo que es nuestro por derecho. El sentimiento de pertenencia puede ser, para muchas personas de las últimas generaciones, difuso. El éxodo rural, que comienza después de la posguerra española y continúa hasta nuestros días, da lugar a una cultura global y centralizada. De esta forma, nos sentimos desvinculados de nuestra tradición e historia. La historia hegemónica no representa a los pueblos rurales, y mucho menos a las mujeres. Sin embargo, han sido ellas las portadoras de la tradición oral y sus mensajes. Esto se debe, entre otras cuestiones, a la naturaleza de las actividades que desarrollan típicamente las mujeres fuera de las urbes. Mientras que los hombres se han dedicado a tareas más solitarias (como labrar la tierra), ellas han trabajado como panaderas, hilanderas, vendimiadoras, costureras, lavanderas; en general, empleos más comunitarios donde compartían unas con otras en intimidad. También tiene mucho que ver el hecho de que ellas hayan sido las encargadas de cuidar de las siguientes generaciones, convirtiéndose en las principales transmisoras de su legado. Podríamos pensar que el tipo de letras o coplas que cantan las mujeres tienen que ver con temas que se considera típicamente femeninos, la realidad es que los temas que tratan son variados y que, en muchos casos, tienen que ver con denunciar las situaciones que viven. Por ejemplo, encontramos letras que hablan de secuestros de mujeres a manos de soldados (folklore valenciano), otras que tratan temas acerca de la falta de escrúpulos de los patrones en las viñas (cantos de vendimia), incluso algunas que denuncian feminicidios (romance sefardí). No solo cantan las mujeres en el trabajo. Al ser las mujeres empobrecidas las encargadas, además de aportar a la economía familiar, de cuidar de las personas dependientes, también se llevan a cabo cantares íntimos, como las nanas.

Nos encontramos, entonces, ante la realidad de que las mujeres han llevado a cabo labores no remuneradas como coser, cantar o cocinar. Sin
embargo, a la hora de monetizar estos trabajos, suelen ser los hombres de las élites los que se llevan el mérito (los binomios cocinera/chef, costurera/modisto, etc.). Lo que para unos es reconocimiento, para otras es una obligación. Esto ha servido, en los últimos años, como motivo para revisar y resignificar el folklore. Para que la visión del mundo de las mujeres de los entornos rurales no quede en el olvido, las mismas han decidido ser protagonistas de su música. El Festival Sulayr en esta edición tiene el empeño de poner una parte del acento sobre el mundo musical y las mujeres rurales. Y lo hará con las “Cantareiras del Calabacino”. Mujeres que pretenden transformar esta realidad histórica en un espectáculo musical y, mediante la reinterpretación de cantos vernáculos y su fusión con sonidos de diversas procedencias, no sólo dignificar sino también hacer una labor de recuperación y difusión de letras, ritmos e instrumentos minoritarios. Las encontraremos presentes en varios momentos del Festival Sulayr, tanto en el escenario principal el sábado, como impartiendo talleres con utensilios de cocina o mostrando sus
composiciones en otros espacios.

María Ruiz Arjona, música y periodista